Sabias semillas que el corazón supo sembrar.
Tierra fértil y de esperanza en la que la paciencia, sabe acomodarse y relajarse.
Y la abundancia de la fe es la que produce los mejores frutos.
Y las raíces que florecen, le dan un nuevo sentido a la vida.
La maravilla de la naturaleza, nos vuelven más humanos.
Nos llenamos de energía sana y liberadora.
Expandimos el amor que vive en nosotros y se abren brazos afectuosos en esas ramas que crecen con fuerza.
Nos animamos a invertir en nosotros y en la tierra que pisamos y vivimos.
La mayor huella que se deja, es la interna y es la misma que nos sabrá guiar, si somos pacientes y respetuosos con los tiempos naturales.
Y la divinidad de la existencia, sabrá recibir nuestros abrazos.
Los deseos se transforman en palabras.
Nuestros sueños, se hacen reales porque supimos fabricarlos desde lo más genuino de nuestro ser.
Le fuimos dando la tonalidad de lo que sentimos.
El color que nos muestra luminosidad.
La sintonía de nuestros actos con lo que desde la humildad, creemos que somos.
Y desde aquéllos días salvajes en que jugamos a ser adultos.
Y la adolescencia que permitió que las hormonas florezcan sin rumbo pero con la certeza que solas se irían acomodando.
Y la niñez que nos enseñó que se puede vivir sin culpas y sin miedos.
Bienvenidas las raíces que se unieron a todo lo que nos rodea, para poder compartir la vida que nos alimenta.
MARIANO SANTORO