Ya nos estábamos acostumbrando a la bella libertad y la vida nos sorprende.
Todo lo que conocíamos socialmente, se ha corrido a un costado, para priorizar la salud.
Y siempre tendríamos que estar atentos a nuestra salud física y mental, lo demás, llega solo.
Y en este encierro obligatorio, nos reencontramos con los recuerdos.
Es probable que aparezcan voces que creímos olvidadas.
Mensajes o fotos que nos llevan en un vuelo emocional, hasta ese pasado que tanto protegimos y hemos querido.
Y vamos limpiando los pensamientos y lo que acumulamos.
Y comprendemos el valor de lo que damos y del amor que vivimos.
Y la distancia se hace más larga y el destino, siempre hace sus propias jugadas.
Hay carencia de amor, de afecto.
Hay ausencia de cuerpos y de personas.
Y podemos empatizar; hacernos oír y a la vez, poder escuchar a quien tiene algo que decir, algo que latir.
Sabemos que hemos sido buenos alumnos y las tareas, las tratamos de cumplir.
Y el amor que damos, es el que vive en nosotros.
Y nos gusta ofrecer nuestra mano.
Extenderla para compartir.
Y entenderla para vivir.
Es un tiempo especial para amigarnos con el destino y que nuestra fe, hago su trabajo.
Porque hay mucho por delante y si el corazón se lo permite, podremos conectar lo que sentimos.
MARIANO SANTORO