En un día cualquiera, me acerqué a la ventana y de un arrebato, vestí mi cuerpo y salí.
No tenía un rumbo fijo, pero sí que sabía que quería distraer la mente.
A medida que avanzaba en la caminata, me despejé tanto, que sentí una limpieza interna.
En la calle, unos chicos jugaban con una manguera y me permitió viajar a mi infancia.
Me dio gusto ver ese inocente juego que ha atravesado todas las etapas y se le bancó ante la tecnología.
Fui mirando los locales que también se hicieron históricos y las casas que vencían a la modernidad.
Elegí un banco que vi vacío y me senté en silencio.
Hasta que apareció mi otro yo y comenzó el diálogo.
Hacía bastante que no me sinceraba.
No hubo espacio para lágrimas ni remordimientos y me invadió un increíble estado de paz.
Respiré con fuerza y junté el aire.
Me llené de alegría y mi vista se elevó hacia el cielo.
Inmediatamente, conecté con todo lo que me rodeaba.
Me sorprendí y comenzaron a abrirse puertas.
Mágicas figuras sirvieron de escenografía para el encuentro conmigo.
Me pude ver bien, sabiendo que he pasado por todo lo opuesto.
Observé a través, visualizando que aún hay mucho por caminar.
Nuevos desafíos me dan la bienvenida y haré lo posible por aprobar cada nivel.
Me abrazo a la vida que quiero vivir.
MARIANO SANTORO