El camino ya se había transformado en un gran destino lleno de obstáculos.
Montañas de piedras, sumado a las durezas del cuerpo.
Ya casi no se recordaba un cielo despejado, porque hasta los propios sueños se habían oscurecido.
Nubladas estaban las emociones y si hablamos de sentimientos, hasta parecía algo que jamás sucedió.
El propio vestuario, ya se había tornado en colores apagados.
Los cansados pies, ya ni siquiera podían dar pequeños pasos; tenían que pedirse permiso uno al otro.
Pero en los lejanos pensamientos positivos, se apareció aquella puerta.
La misma que supe dibujar cuando niña.
La que más allá del juego, era la que me permitía salir del lugar en el que estaba.
Una puerta especial que sólo se abriría cuando los miedos se alejen.
Y uno ha sabido acumular diversos temores en distintas circunstancias.
El sólo hecho de crecer, puede causar miedo, ya que no se sabe hacia dónde va o vamos.
Lo que haya detrás de la puerta, será lo que nuestra fe nos permita creer.
Y como tantas veces hemos salido de situaciones adversas, en esa misma salida está la solución.
Esa puerta se presentará ante nosotros cuando el corazón nos guíe hacia ella.
Será un encuentro divino y lleno de fe.
Nos animaremos a extender la mano para pedir ayuda y la misma, vendrá de nuestra divinidad.
El poder interno nos llevará hacia esa luz tan necesaria.
Salir para entrar y descubrir de qué estamos hechos y cuál es nuestra misión en este aquí y ahora.
MARIANO SANTORO