En un rincón del aburrimiento, me enfrenté a una hoja en blanco.
Siendo consciente que la vida tiene muchos colores, liberé mi mente con la esperanza que se abra.
Los renglones vacíos no podían hablarme, aunque podía oír unos pequeños susurros.
Voces ajenas aparecían con ganas de ser protagonista de lo que estaba por suceder.
El corazón marcó con su latido, la primer palabra.
En su interior, estaban protegidos los recuerdos de bellos momentos.
Una mirada profunda se hizo presente y fue lo que primero en dibujar.
La hoja me observaba con la certeza de que el rostro del amor sería mi guía.
Nombres del pasado se cruzaban en la avenida de mi ser.
Viajaban cada uno por su lado y en diferentes velocidades.
El verde semáforo los dejaba libres para transitar a su gusto.
Mirando hacia ambos lados, igual pude cruzar para tener una nueva mirada.
Cambiando la perspectiva, las cosas se veían sin dejos de tristeza.
Una de las más bellas sonrisas que se alojaban en mis recuerdos, llegó para acompañarme y me dejé llevar.
Los pensamientos se desvanecieron y una nueva oportunidad comenzó a abrirse.
El verano se presentó para darme mucho más que un saludo.
Traía consigo una inmensa valija vacía y era mi tarea llenarla con mucho más que ilusiones.
Al regresar a esa hoja en blanco con esa mirada en primer plano, comprendí que los mensajes entrantes tendrían una gran profundidad y mi misión estaba comenzando a escribirse.
Mi estado ya estaba viajando en una nueva estación, en la que nuevamente, el conductor sería mi propio corazón.
MARIANO SANTORO