Agradecer es el verbo que abre las puertas necesarias a lo que el corazón desea.
El tiempo que uno pasa agradeciendo, es de alto poder espiritual.
Conectamos con nuestra divinidad y desde la humildad, sólo esperamos esa caricia que nos tranquiliza y nos hace pacientes.
Esos pequeños instantes de oscuridad que quieren acercarse, los enfrentamos y la luz divina se encarga de alejarlos.
Nuestro cuerpo toma una postura especial y no se trata de comodidad, sino de disfrutar el momento obsequiado a la gratitud.
Palabras que acompañan a nuestro agradecimiento e iluminan todo nuestro ser.
La sonrisa se instala en el rostro con ganas de eternizar su lugar.
La fragilidad se hace presente y nos sentimos livianos.
Es el momento en el que toda carga, se desvanece y nos hace libres.
Un proceso natural de limpieza hace su tarea para sanarnos.
La mirada se hace interna y viaja por el cuerpo, por cada órgano, iluminando y sanando cada herida y todo lo que alguna vez nos haya dolido.
El color blanco, casi transparente, es lo que vemos sin mirar; porque lo sentimos cerca, casi palpable.
Breves momentos de sueño, estando despierto e imaginando todo lo que vendrá.
La ilusión toma color y forma y lo que anhelamos, se vuelve material.
Y a través del viaje, hemos aprendido que determinados materiales, son para mejorar nuestra energía.
Sonreímos y fluyen pequeñas risas de alegría.
Soltamos emociones que nos cubren y volvemos a sentir las caricias.
El abrazo de mayor poder que podemos sentir, es el que le damos al abrirnos al amor.
Agradecer, nos ofrece el espacio a poder ver el horizonte que el destino nos tiene preparados.
MARIANO SANTORO