La velocidad llegó a tu vida para agradarte en lo que considerabas necesario.
Esa misma velocidad, te calma la ansiedad, ya que todo llega a la brevedad.
La velocidad que vivís y el ritmo que le ponés, puede darte muchas cosas, pero te quita lo más importante.
Tener todo al alcance de la mano, puede verse como ventajas, pero te tapa muchas.
Esa velocidad, es la que impide el disfrute, porque la rapidez de lo que realmente no es necesario, llega y a la vez, pasa y tú la pasas sin darte cuenta.
La velocidad de la mente, crea nuevas metas y desafíos y quizás, ni siquiera te das cuenta que llegaste a alguno.
Tu propia velocidad, se distrae ante el ritmo de lo que sucede.
Las circunstancias por las que uno debe atravesar, se ven como rayos de luz, que circulan y dejan una estela.
Cuando uno le toma el gusto a la velocidad, entra en una carrera constante, en la que por querer llegar rápido o antes que otro, se vuelve competencia.
Y esa competencia, resulta que muchas veces es con uno mismo.
Exigencias que enferman.
Carreras casi eternas que con un falso agradecimiento, llegan antes a la meta.
La importancia del vivir, se basa es saborear cada instante.
Detenernos en los logros y evaluar nuestros próximos pasos.
La vida incluye una extensa gama de variedades, de colores, de estilos, de momentos y de personas con las que pasamos esos momentos.
Adelantarnos a los que nos rodean, nos dejan solo.
Y todo camino, se disfruta en buena compañía.
En esa errónea velocidad que podríamos querer, se desvanece lo que se puede recordar.
Y si la velocidad, sale del corazón, tiene que ser la adecuada para no caernos y ahí, no podremos correr y estaremos llegando a la conclusión que nuestra salud, tiene que tener sus propios descansos, sin acelerar ninguna emoción.
MARIANO SANTORO