Es probable que nuestro hogar tenga alguna biblioteca.
Más allá de las épocas y modas, suele ser muy agradable ver una pared repleta de obras escritas.
Y en algún momento de soledad, o incluso de aprendizaje, tomamos uno de esos libros.
La íntima conexión que se genera al sentarnos a leer y entrar en ese mundo, es fascinante.
Volar, si así lo requiere la historia.
Entrar en lugares sumamente peligrosos para descubrir al héroe que vive en nosotros.
Y las historias románticas, para recordar o bien anhelar querer ser el protagonista.
Regalarnos unas horas de paz, ante la velocidad mundana.
Y desnudar el alma, es la mejor tarea por cumplir.
Pero más allá de cada libro, lo que importa es saber llenar las páginas de nuestra propia vida.
Salir de nuestro ser, de nuestro cuerpo y animarnos a observar lo que vemos.
Alejados de la crítica y sí, teniendo una mirada profunda de lo que hemos logrado con lo que somos.
Hojear algunas anécdotas que escribimos en tiempos adolescentes, sin arrepentirnos, sino con la sabiduría de que si algo no logró su misión, era por algo.
Nunca juntar culpas por no hacer y menos, por lo que hubiéramos hecho o no.
Es simple, aunque duela reconocer; pero no se dio, no funcionó.
Y en este presente de paciencia, bucear dentro del mar de la tranquilidad.
Leyendo al ser, al que construimos con esfuerzo.
Leyendo las huellas que se hicieron piel.
Leyendo al corazón, que en cada latido, nos dice hacia dónde quiere viajar.
MARIANO SANTORO