El cuerpo extraña el abrazo, pero el corazón tiene buena memoria.
Los sentimientos genuinos de una verdadera amistad se renuevan tan solo al verse.
En el cuerpo nos recorre una sensación muy placentera de saber que hay gente bella a nuestro alrededor.
Que ante algún problema, están y no es cuestión de quien hace más; no hay competición cuando la amistad es real.
Los pequeños detalles marcan la diferencia.
Un saludo, una breve pregunta, un mensaje.
Muchos secretos de la vida no los vemos o se nos pasan por tratar de encontrar algo complicado y es lo más simple lo que nos nutre.
Saber que siempre habrá palabras que nos alienten; que nos indiquen el camino a seguir y mucho más, si ese camino lo hacemos entre 2 y tomados de la misma mano de la cual fuimos tomados.
El inmenso cariño que se hace entre 2 y crea lazos inseparables que ni el tiempo puede quebrar.
No hay tiempo cuando uno sabe que ha hecho una amistad sana.
Podemos pasar mucho tiempo sin saber de esa persona, pero en el momento justo y necesario, renace desde nuestro corazón, porque su hogar real es ahí.
Las personas que entran a nuestra vida, se meten en nuestro corazón y las amamos con el alma.
La verdadera amistad no cuestiona, no pregunta; simplemente está y hace lo que puede.
Se aconseja y se da lo mejor.
Se llama, se abraza, se siente, aunque no sea físicamente, pero se hace notar, se hace ver.
El gran reflejo de nosotros, de nuestra esencia lo ve.
Y una infinita alegría nos vuelve a llenar el vacío ocasionado por el dolor o por el mal momento que uno esté pasando.
La más pura complicidad nace de la confianza, del trato dulce y amable.
Cualquiera puede dar una tarjeta de presentación, pero en la frontalidad y en saber que se puede contar con esa persona en algún momento, es lo que marca la diferencia.
Esa mano que se extiende hacia nosotros y quiere brindarnos su ayuda; ha pasado por duros momentos, ha tenido experiencias, ha sufrido, ha vivido y sabe que es necesario dar lo que a nosotros nos hizo bien.
Todo el aprendizaje que nos marcó ese mal momento, ese camino lleno de piedras; tiene solución y si nosotros o nuestro orgullo nos lo tapa, es bueno aceptar esa mano sabia.
La sabiduría del afecto es la verdadera amistad.
No es tan difícil dar cuando pasamos por la oscuridad y pudimos atravesarla.
Si te sueltan la mano cuando estás mal, esa persona no es tu amigo.
Todos podemos tener problemas, pero si nos encerramos en ver quien sufre más o peor, no vemos la sensibilidad de la ayuda y lo que hace el ayudar.
El que se aleja de tí, dejalo que se vaya.
Si te hace daño alguien, alejate vos.
Pero si realmente querés y sentís en tu corazón que podés ser un buen amigo, dale tu mano en todo momento, hacele saber que estás.
MARIANO SANTORO
Los sentimientos genuinos de una verdadera amistad se renuevan tan solo al verse.
En el cuerpo nos recorre una sensación muy placentera de saber que hay gente bella a nuestro alrededor.
Que ante algún problema, están y no es cuestión de quien hace más; no hay competición cuando la amistad es real.
Los pequeños detalles marcan la diferencia.
Un saludo, una breve pregunta, un mensaje.
Lo que nos haga saber que del
otro lado hay alguien, significa que hemos dado buenas cosas y hemos echado
buenas raíces y lo reciben con amor puro.
Cuando uno extiende su mano, es
bellísimo saber que hay alguien dispuesto a agarrarnos.
La ayuda es muy grande con algo tan simple.Muchos secretos de la vida no los vemos o se nos pasan por tratar de encontrar algo complicado y es lo más simple lo que nos nutre.
Saber que siempre habrá palabras que nos alienten; que nos indiquen el camino a seguir y mucho más, si ese camino lo hacemos entre 2 y tomados de la misma mano de la cual fuimos tomados.
El inmenso cariño que se hace entre 2 y crea lazos inseparables que ni el tiempo puede quebrar.
No hay tiempo cuando uno sabe que ha hecho una amistad sana.
Podemos pasar mucho tiempo sin saber de esa persona, pero en el momento justo y necesario, renace desde nuestro corazón, porque su hogar real es ahí.
Las personas que entran a nuestra vida, se meten en nuestro corazón y las amamos con el alma.
La verdadera amistad no cuestiona, no pregunta; simplemente está y hace lo que puede.
Se aconseja y se da lo mejor.
Se llama, se abraza, se siente, aunque no sea físicamente, pero se hace notar, se hace ver.
El gran reflejo de nosotros, de nuestra esencia lo ve.
Y una infinita alegría nos vuelve a llenar el vacío ocasionado por el dolor o por el mal momento que uno esté pasando.
La más pura complicidad nace de la confianza, del trato dulce y amable.
Cualquiera puede dar una tarjeta de presentación, pero en la frontalidad y en saber que se puede contar con esa persona en algún momento, es lo que marca la diferencia.
Esa mano que se extiende hacia nosotros y quiere brindarnos su ayuda; ha pasado por duros momentos, ha tenido experiencias, ha sufrido, ha vivido y sabe que es necesario dar lo que a nosotros nos hizo bien.
Todo el aprendizaje que nos marcó ese mal momento, ese camino lleno de piedras; tiene solución y si nosotros o nuestro orgullo nos lo tapa, es bueno aceptar esa mano sabia.
La sabiduría del afecto es la verdadera amistad.
No es tan difícil dar cuando pasamos por la oscuridad y pudimos atravesarla.
Si te sueltan la mano cuando estás mal, esa persona no es tu amigo.
Todos podemos tener problemas, pero si nos encerramos en ver quien sufre más o peor, no vemos la sensibilidad de la ayuda y lo que hace el ayudar.
El que se aleja de tí, dejalo que se vaya.
Si te hace daño alguien, alejate vos.
Pero si realmente querés y sentís en tu corazón que podés ser un buen amigo, dale tu mano en todo momento, hacele saber que estás.
MARIANO SANTORO