Desde que somos dados a luz, comienza a titilar una hermosa lucecita en nuestro pequeño ser.
Esa luz, es la que debemos cuidar con todas nuestras fuerzas, sumado a la fe que le pongamos.
Un alumbramiento que ha traído alegrías varias a quien nos rodeaba.
Y eso, es parte de la misión con la que fuimos concebidos.
Llegamos para dar color a nuestra propia vida e iluminar el camino que durante el proceso de crecer, iremos descubriendo.
Y en ese camino que llamamos trayectoria, nos supo conducir por diferentes estados anímicos.
Y muchas han sido las veces en las que logramos encontrarnos luego de habernos perdido.
Cuando dejamos de mirar al exterior estando en constante búsqueda, aparece la voz que nos dice que nosotros estamos para brillar y ahí, es cuando comenzamos a dejarnos guiar por nuestro faro interior.
Y era casi una obviedad que íbamos a atravesar calles oscuras.
Teníamos que aprender a diferencias lo bueno de lo otro.
De valorar nuestra vida y lo que hacemos con ella.
De tener una mejor claridad sobre lo que realizamos en la vida.
De adornar nuestra existencia y darle brillo a todo lo dejemos salir para compartir con nuestro prójimo.
El faro interior es el que nos proporciona los conocimientos para seguir adelante.
Para avanzar en sabiduría, para amar la naturaleza y lo que nos rodea.
Es cuando permitimos al gran artista que es Dios, que nos ilustre por dentro; que haga de nosotros una obra maestra, una maravilla que pueda iluminar mucho más que nuestro envase.
Es cuando comenzamos a disfrutar de este viaje y se ilumina el rostro.
Y cuando miramos hacia ese infinito cielo y se cruzan las espléndidas estrellas que nos guían y que junto a la luna, nos hacen compañía.
Cuando descubrimos que hay un faro interior, es cuando más deseamos protegerlo y darlo a conocer, porque la vida está para ser iluminada, para poder ver todo lo bueno y positivo que hay en ella.
MARIANO SANTORO
Esa luz, es la que debemos cuidar con todas nuestras fuerzas, sumado a la fe que le pongamos.
Un alumbramiento que ha traído alegrías varias a quien nos rodeaba.
Y eso, es parte de la misión con la que fuimos concebidos.
Llegamos para dar color a nuestra propia vida e iluminar el camino que durante el proceso de crecer, iremos descubriendo.
Y en ese camino que llamamos trayectoria, nos supo conducir por diferentes estados anímicos.
Y muchas han sido las veces en las que logramos encontrarnos luego de habernos perdido.
Cuando dejamos de mirar al exterior estando en constante búsqueda, aparece la voz que nos dice que nosotros estamos para brillar y ahí, es cuando comenzamos a dejarnos guiar por nuestro faro interior.
Y era casi una obviedad que íbamos a atravesar calles oscuras.
Teníamos que aprender a diferencias lo bueno de lo otro.
De valorar nuestra vida y lo que hacemos con ella.
De tener una mejor claridad sobre lo que realizamos en la vida.
De adornar nuestra existencia y darle brillo a todo lo dejemos salir para compartir con nuestro prójimo.
El faro interior es el que nos proporciona los conocimientos para seguir adelante.
Para avanzar en sabiduría, para amar la naturaleza y lo que nos rodea.
Es cuando permitimos al gran artista que es Dios, que nos ilustre por dentro; que haga de nosotros una obra maestra, una maravilla que pueda iluminar mucho más que nuestro envase.
Es cuando comenzamos a disfrutar de este viaje y se ilumina el rostro.
Y cuando miramos hacia ese infinito cielo y se cruzan las espléndidas estrellas que nos guían y que junto a la luna, nos hacen compañía.
Cuando descubrimos que hay un faro interior, es cuando más deseamos protegerlo y darlo a conocer, porque la vida está para ser iluminada, para poder ver todo lo bueno y positivo que hay en ella.
MARIANO SANTORO