Algún peluche te supo hacer compañía en la niñez.
Y de alguna manera, te fuiste acostumbrando a que tus bracitos, se aferren a algo.
La vida, te enseñó que no es bueno el apego.
Y el soltar, se transformó en una tarea bastante difícil.
A medida que ibas creciendo conociste personas y gente de todo estilo y clase.
Te acercaste a las que sentías algo especial.
Eso tan indescifrable que lograron hacerte sentir.
Algunos lo llaman amistad, otros, le dicen amor.
Y no es de relevancia el nombre, pero sí lo que sentiste.
Esos abrazos que no querés que terminen.
Esos segundos que se eternizan y te transportan a lugares no físicos.
Y toda la magia de la sensibilidad recorrió tu cuerpo.
Tu ser, se adaptó muy fácil a esas caricias.
La continuidad de ver a los que te hacían sentir así, se hizo una bella rutina.
La adultez se hizo presente y por cosas del destino, la distancia llegó en varios niveles.
La comunicación se había vuelto más virtual de lo que tu realidad permitía.
Pero tu memoria siempre ha sido un hermoso don.
Recordar sensaciones que elevaron tu autoestima.
Y aunque hoy el corazón sigue en modo vacante, sabés que hay personas que están tan cerca, que hacen que la esperanza se mantenga fiel.
MARIANO SANTORO