Alguna vez fuimos niños y mientras crecíamos, nos fuimos imaginando futuros posibles para nuestra vida. El: Qué te gustaría ser cuando seas grande? se hacía moneda corriente y por nuestra mente pasaban cantidad de posibilidades e inventábamos personajes, etc.
La adolescencia llegó y comprobamos que no todo era en tan maravilloso. Conocimos el amor hacia otra persona y nos alegrábamos y creímos que ya más nada podría superar ese momento de felicidad.
La gran prueba que la vida nos tomaba lección, era el ver si estábamos capacitados a superar algunos obstáculos. Chocamos contra paredes y nos caímos miles de veces. Aprendimos que los moretones pueden irse con el tiempo, pero el dolor del momento no nos lo quita nadie.
Tuvimos sueños, ideales, metas y se fueron desvaneciendo. El traje de superhéroe no nos quedaba bien. La arquitectura, la abogacía, la medicina, solo eran para unos pocos. El ser músico, tener una breve fama. Ser madres, padres, en fin, ser felices con un matrimonio, quizás no lo fue tanto y solamente duró hasta que dijimos basta.
Volvimos a encerrarnos en nosotros mismos y dudamos de todo y de todos; creer era algo que solo lo tomábamos a nivel religioso, pero estábamos defraudados de la gente, del ser humano y mucho más, del que se acercaba a nosotros.
Escuchamos palabras hermosas; leímos cartas, mails y mensajes de texto que nos hicieron volar; la inocencia regresó y fuimos felices pero por culpa de esa inocencia, nos dejamos estar y nos golpearon otra vez y nos dolió más, ya que la vulnerabilidad ya estaba incorporada. Lágrimas que no tenían ni la fuerza de salir y recorrer por nuestras mejillas. El corazón estaba tan golpeado que los latidos eran débiles. Aparecieron síntomas y pequeñas enfermedades nos invadían. Angustia tan profunda como lo que amamos alguna vez, con ese poder, con la fortaleza de destrozarnos y tuvimos algunas visitas como la soledad y la tristeza que venían para quedarse y aprendimos a tenerlas al lado; tan cerca, que hasta vivían dentro de nosotros.
Sufrimos y hasta perdimos el color y la noción de algunas cosas diarias.
Nada será igual y ese dolor no tiene solución inmediata; no se cura como la fiebre o una gripe. La angustia debería ser considerada grave, como varias enfermedades mortales, ya que si no la superamos, el final puede estar demasiado cerca.
Construyamos nuestro ser como arquitectos. Seamos abogados para crear leyes para que nadie vuelva a hacernos daño. Seamos médicos para recetarnos paciencia. Pongamos música para recordar que tuvimos buenos momentos.
La rueda seguirá girando. Logremos crear amaneceres propios y que cada día brille el sol interior y nos de calor y fuerza para lo que esté por venir.
No es malo pedir ayuda; lo malo sería creer que vos sola saldrás de algo así.
Abrazate a la vida. Todavía te falta ver demasiadas cosas hermosas que la vida te tiene preparada.
MARIANO SANTORO