Desde que somos pequeños empezamos a confiar en la persona que se nos acerca.
Durante esa etapa, donde todo es inocencia, nos permitimos hacer y decir todo lo que sentimos, porque no existe maldad en nosotros.
A medida que crecemos, la confianza es algo que se va desvaneciendo; pero nunca debemos dejar de confiar.
La base de una amistad y de cualquier relación entre 2 seres humanos es la confianza.
Cuando depositamos cualquier problema en alguien, cuando nos desnudamos frente al otro teniendo la certeza que del otro lado habrá siempre alguien que nos ayudará y que su oído será parte de esa pronta solución que deseamos, nos hace bien.
Gráficamente, podríamos encontrarnos en determinado problema y saber que hay una mano que estará dispuesta a ayudar, a levantarnos, nos fortalece.
El agarrarnos de la mano con una persona nos alegra; nos hace sentir emociones internas, ya que ese contacto expresa lo que muchas palabras no podrían decir jamás.
Confiar se nos hace difícil al crecer y cuando creímos que del otro lado había algo similar a un banco, confiable, nos defraudan en nombre de lo que los impulsos marquen en el momento.
Cuando la inseguridad personal corre peligro de caerse, cuando tambalea es cuando más debemos enfocarnos y mantenernos en pie; sobre los 2, como se suele decir: bien parados.
Cuando vamos sumando situaciones a nuestra vida diaria y nos dan enormes ganas de contar lo que nos está pasando y no importa si es algo agradable o algo que nos hizo daño, pero sabemos que a alguien le importa lo que sentimos y ese apoyo incondicional está a mano, lo aprovechamos lo máximo posible.
Uno de los golpes que más duele, es cuando nos fallan.
Al fallarnos, confirmamos que todos somos personas con defectos y algunas virtudes.
Que nadie es absolutamente sincero con ellos mismos y menos con lo que a nosotros se refiere.
Nunca dudaría que no existe la gente buena y en la que nunca nos podrían fallar; pero la humanidad es confusa; es probable que lo que hoy tenga validez total, en poco tiempo sea algo invisible y hasta que nos haga descreer que lo que nos están haciendo es real.
Confiar, porque al igual que la esperanza, no tenemos que perder jamás.
Ambas son amigas, son socias de la vida y de nuestro lado debemos aportar la alegría, la sabiduría, la humildad de reconocer que podemos equivocarnos y eso nos engrandece y con eso, cualquier entredicho y mal que se haya hecho presente, desaparecerá.
Pero todo es de a 2.
Confiar, para poder volver a sentir, a querer seguir confiando, a querer seguir ganando de la mano de gente que nos apoya y se suma a la gran carrera hacia la felicidad.
Cuando confiamos, el camino que tenemos por delante se nos hace más llevadero.
Confiar, es dar la mano sabiendo que alguien nos tomará con fuerza y nos ayudarán, siempre.
MARIANO SANTORO
Durante esa etapa, donde todo es inocencia, nos permitimos hacer y decir todo lo que sentimos, porque no existe maldad en nosotros.
A medida que crecemos, la confianza es algo que se va desvaneciendo; pero nunca debemos dejar de confiar.
La base de una amistad y de cualquier relación entre 2 seres humanos es la confianza.
Cuando depositamos cualquier problema en alguien, cuando nos desnudamos frente al otro teniendo la certeza que del otro lado habrá siempre alguien que nos ayudará y que su oído será parte de esa pronta solución que deseamos, nos hace bien.
Gráficamente, podríamos encontrarnos en determinado problema y saber que hay una mano que estará dispuesta a ayudar, a levantarnos, nos fortalece.
El agarrarnos de la mano con una persona nos alegra; nos hace sentir emociones internas, ya que ese contacto expresa lo que muchas palabras no podrían decir jamás.
Confiar se nos hace difícil al crecer y cuando creímos que del otro lado había algo similar a un banco, confiable, nos defraudan en nombre de lo que los impulsos marquen en el momento.
Cuando la inseguridad personal corre peligro de caerse, cuando tambalea es cuando más debemos enfocarnos y mantenernos en pie; sobre los 2, como se suele decir: bien parados.
Cuando vamos sumando situaciones a nuestra vida diaria y nos dan enormes ganas de contar lo que nos está pasando y no importa si es algo agradable o algo que nos hizo daño, pero sabemos que a alguien le importa lo que sentimos y ese apoyo incondicional está a mano, lo aprovechamos lo máximo posible.
Uno de los golpes que más duele, es cuando nos fallan.
Al fallarnos, confirmamos que todos somos personas con defectos y algunas virtudes.
Que nadie es absolutamente sincero con ellos mismos y menos con lo que a nosotros se refiere.
Nunca dudaría que no existe la gente buena y en la que nunca nos podrían fallar; pero la humanidad es confusa; es probable que lo que hoy tenga validez total, en poco tiempo sea algo invisible y hasta que nos haga descreer que lo que nos están haciendo es real.
Confiar, porque al igual que la esperanza, no tenemos que perder jamás.
Ambas son amigas, son socias de la vida y de nuestro lado debemos aportar la alegría, la sabiduría, la humildad de reconocer que podemos equivocarnos y eso nos engrandece y con eso, cualquier entredicho y mal que se haya hecho presente, desaparecerá.
Pero todo es de a 2.
Confiar, para poder volver a sentir, a querer seguir confiando, a querer seguir ganando de la mano de gente que nos apoya y se suma a la gran carrera hacia la felicidad.
Cuando confiamos, el camino que tenemos por delante se nos hace más llevadero.
Confiar, es dar la mano sabiendo que alguien nos tomará con fuerza y nos ayudarán, siempre.
MARIANO SANTORO