Él, había conocido tantos caminos que un día decidió parar y comenzar a disfrutar y el camino elegido, fue el de crecer y mirar hacia el cielo.
Sus raíces se han esparcido por toda la tierra y ha sabido dejar buenas huellas.
Semillas de amistad que supieron dar sus propios frutos.
La perdurabilidad de sus emociones lograron tener bien en claro lo que quería para su vida.
Y la sorpresa, cada tanto, se daba una vuelta para saludarlo.
Y él, contento, seguía expandiendo sus ramas para abrazar lo que la vida le brindaba.
Conoció la noche y ahí se encontró con sus eternas amigas, las estrellas.
Por otro lado y en la misma vida; estaba ella; que brillaba con los rayos del sol que la iluminaban y marcaba su hermosa figura.
Sus hojas crecían al igual que su belleza.
Había aprendido muchas cosas y al ver volar los pájaros, ella también sentía el poder de la libertad.
Cada amanecer se permitía nacer y alegrar a los que se acercaban a mirarla.
Y no había nada que le impidiera sentirse bien, pero a la vez, presentía que en la vida, había algo más y ella, estaba preparada.
Ella era dorada y conocía a la perfección todo lo hermoso de la naturaleza, ya que ella misma era parte.
Y sabía que al llegar la noche, una luna plateada quería conocerla.
La luna era la compañera del hombre.
El sol, acompañaba a la mujer.
Y la sabia naturaleza se comunicó con el destino y los dejó conocerse.
Se vieron, se asombraron, se alegraron y comenzaron a disfrutar de la presencia del otro.
Fueron uniendo sus vidas y con cada rama, se fueron abrazando y haciendo un hermoso árbol, que era la misma vida hecha amor.
Y fue el amor el que alejó los orgullos.
Sus raíces se han esparcido por toda la tierra y ha sabido dejar buenas huellas.
Semillas de amistad que supieron dar sus propios frutos.
La perdurabilidad de sus emociones lograron tener bien en claro lo que quería para su vida.
Y la sorpresa, cada tanto, se daba una vuelta para saludarlo.
Y él, contento, seguía expandiendo sus ramas para abrazar lo que la vida le brindaba.
Conoció la noche y ahí se encontró con sus eternas amigas, las estrellas.
Por otro lado y en la misma vida; estaba ella; que brillaba con los rayos del sol que la iluminaban y marcaba su hermosa figura.
Sus hojas crecían al igual que su belleza.
Había aprendido muchas cosas y al ver volar los pájaros, ella también sentía el poder de la libertad.
Cada amanecer se permitía nacer y alegrar a los que se acercaban a mirarla.
Y no había nada que le impidiera sentirse bien, pero a la vez, presentía que en la vida, había algo más y ella, estaba preparada.
Ella era dorada y conocía a la perfección todo lo hermoso de la naturaleza, ya que ella misma era parte.
Y sabía que al llegar la noche, una luna plateada quería conocerla.
La luna era la compañera del hombre.
El sol, acompañaba a la mujer.
Y la sabia naturaleza se comunicó con el destino y los dejó conocerse.
Se vieron, se asombraron, se alegraron y comenzaron a disfrutar de la presencia del otro.
Fueron uniendo sus vidas y con cada rama, se fueron abrazando y haciendo un hermoso árbol, que era la misma vida hecha amor.
Y fue el amor el que alejó los orgullos.
Y los deseos, se fundieron para hacerse uno solo.
Comenzaron a crecer y tanto la luna como el sol eran testigos de esa unión.
Y muchas veces uno quiere encontrarle la razón a lo que sucede; pero el sabio corazón es el que sabe la verdad.
Uno puede tener razón diciendo que quiere a alguien.
Pero el actor principal, el que ejerce ese sentimiento, es el corazón.
MARIANO SANTORO
Comenzaron a crecer y tanto la luna como el sol eran testigos de esa unión.
Y muchas veces uno quiere encontrarle la razón a lo que sucede; pero el sabio corazón es el que sabe la verdad.
Uno puede tener razón diciendo que quiere a alguien.
Pero el actor principal, el que ejerce ese sentimiento, es el corazón.
MARIANO SANTORO