Aceptar no es resignarse, sino que es crecimiento.
Aceptar no es olvidar, sino que es una evolución personal.
Aceptar es dejar atrás lo negativo y avanzar.
Aceptar es darle la verdadera importancia a lo que tiene valor espiritual.
Aceptar es hacerle un guiño al destino diciendo que todo está bien y que seguimos caminando hacia nuestra meta.
El azar es mucho más que un juego de la vida, ya que debemos aceptar algunas reglas para poder jugar y que ese momento, sea entretenido y cumpla con la diversión necesaria.
La ansiedad es enemiga de lo duradero, porque nos impide disfrutar del instante y de la sorpresa que nos genera el no saber cuándo llegará.
Existe un plan de vida y es el que cada uno tiene que hacerlo personal, modificarlo, perfeccionarlo y aceptar que es nuestra decisión.
Somos mucho más que dueños de nuestro cuerpo, sino que somos los arquitectos de lo que queremos llamar vida saludable.
Y aprendemos cuando algo no sale según nuestra voluntad, porque es en la perseverancia donde se obtienen los mayores logros y la satisfacción que alimenta y llena.
Tropezar o torcernos es parte de todo este aprendizaje, ya que una vida sin obstáculos, es casi un desierto de esfuerzos.
Aceptar es admitir que podemos superarnos.
Reconocer que ya es hora de cerrar algunas puertas es haber aprendido a que hay cosas que tienen vencimiento.
Y ahí es cuando aprobamos una materia; ahí es cuando la lección ya cumplió su misión.
Aceptar es acceder a una cadena de oportunidades.
Aceptar es abrir la mente para dejar entrar bellos momentos que son candidatos a quedar en nuestra memoria.
Recordar es aceptar que está en nosotros el control de todo lo que permitimos alojar en nuestros pensamientos sin que nos haga daño.
Tenemos el compromiso de salir adelante más allá de toda circunstancia que haya querido marcarnos.
Aceptar es reconocer quienes somos en realidad y adoptar una mejor calidad de vida permitiendo que lo positivo y los aciertos, sean parte del poder de nuestra fe.
MARIANO SANTORO