Y un día apareciste en mi memoria.
Se abrieron las puertas de los recuerdos y ahí estabas, con todo tu brillo.
Imágenes que casi se agolpaban viniendo hacia mí a toda velocidad, para resumir todo lo vivido.
Y ese día, en mi cofre privado y protegido para momentos especiales, se destapó.
Intuyo que el destino quiso hablarme a través de mi memoria y realmente lo logró.
Muchos mensajes dejaron de ser secretos y se convirtieron en luz.
Alguna lágrima que había quedado congelada a partir de tu partir, pero ya no hay tristeza.
Hubo y hay mucha vida, por eso los recuerdos llegan y me permiten volar.
Ese viaje que tan bien hace cuando estamos listos y preparados para algo nuevo.
Ese fortalecimiento interior de comprender y darnos cuenta que existió gente que ha dejado huellas.
Y esas huellas en su momento, fueron casi heridas, pero dejaron su enseñanza.
Hay veces en que el presente nos trae de regreso esos momentos fuertes para saber que era necesario vivirlos.
Crecimos porque vivimos.
Y la memoria se abre, expande sus alas y sale el sentimiento que hemos sabido dar y expresar.
Cuando creímos que habíamos quedado vacíos por todo lo que dimos; nos fuimos llenando de experiencia.
Nos hemos sentido de cristal, como una inmensa bola de cristal que por dentro, sólo había situaciones.
Como un álbum de fotos llenas de misterio, de hojas arrugadas y algunas sonrisas entremezcladas para convencernos que hicimos bien y recibimos un sabio aprendizaje.
Lo que no se completa, queda abierto a la vida y a lo que esté por venir, porque si la historia no se cerró, sirvió para algo.
Y hoy le doy la bienvenida a este amanecer que surge a través de mi memoria.
MARIANO SANTORO