Cruzando destinos, mirando horizontes varios, uno ha tomado diferentes caminos.
Dejando en el trayecto valijas llenas de anécdotas y algunos recuerdos que aún tienen su efecto.
Al paso que uno eligió para continuar, se ha dejado partes importantes de uno.
El tiempo vino de la mano de la madurez.
Y el viejo aprendizaje es saber cómo salir aireado de las complicadas situaciones.
La experiencia supo dejar huellas y partes de esos rastros quedaron por calles de varios lugares.
El mar también dejó momentos de energía.
Y siempre se ha dicho que debemos caminar con poco peso y uno, trata de hacerle caso.
No es una tarea fácil soltar lo que aún sigue a modo de cuota pendiente.
Las cuentas se deben pagar y las promesas, deberían ser de la misma manera.
Lo que se deja colgado, en un momento, llega a molestar.
Y eso también llega a la sabiduría cuando uno ha sufrido golpes ocasionales.
Mimos frágiles que se transforman en dolor con el paso de los relojes.
Y durante el viaje, uno ha aprendido a dejar cartas con destinatarias en las que el afecto se hizo cotidiano.
Letras calladas durante temporadas que tomaron valor y se animaron a juntar entre sí.
Palabras con fuerza, aunque faltantes del peso del amor verdadero.
Maneras distintas de ver la vida y de comprender sus propios secretos.
Y el corazón, sólo ha sabido ser un espectador que alimentaba su fe a través.
Atravesando instancias e instantes, memorias y momentos, cariño y también, algo de soledad adulta.
MARIANO SANTORO