Comenzando con uno de los mayores milagros que existen, que es el nacer, empezaste a dar tus primeros pasos.
Los que te han llevado a tropezarte varias veces y siempre, lo tomabas con buen humor.
La risa es sanadora y en cada caída, sabías que el acto siguiente era levantarte.
Luego llegó el colegio, pero bien sabías que la verdadera escuela era la vida.
Y te animaste a vivirla; lograste ver lo que otros no prestaban atención.
Descubriste secretos y pudiste descubrir lo que había en vos.
Ese inmenso potencial que te hacía ser un ser muy especial.
Y en tu inocente adolescencia eterna, creciste en muchos niveles.
Las profesiones se adaptaban a lo que habías aprendido.
La gente que te rodeaba podía ver en vos algo maravilloso.
Y alguna vez habías escuchado sobre el amor y quisiste conocerlo.
Pero no es ni será algo que se busque y no hay lugares físicos en los que se encuentre.
El verdadero amor, trasciende lo físico y se disfruta en lo espiritual.
Y caminaste hasta cansarte de hallar calles que no sabías que existían.
Los peligros no sólo se ven en la oscuridad, sino que cada día también tiene su ausencia de luz.
Y ahí fue que viste que en tu propio cuerpo, brillaba una luz que daba mensajes divinos.
Caminar sin rumbo fijo, no conduce a ningún destino.
Y aunque uno elija el horizonte deseado, es Dios el que nos guía siendo nuestro GPS personal.
Miraste hacia tu interior y esa vocecita te dijo: Comienza a volar.
MARIANO SANTORO