El ojo es el puente entre lo que vemos y nuestro corazón.
La relevancia de esa visión, se basa en los sentimientos que tenemos.
En nuestra vida, se incluyen varias personas a las que alguna vez, las categorizamos.
Y están las de prioridad; las que vemos con continuidad y le tenemos estima.
Y muchas veces, aunque no veamos seguido a determinadas personas, el corazón sabe el motivo por el cual existe ese entusiasmo.
El cariño crece, al igual que la admiración.
Hay personas que se ganan nuestro respeto y el afecto, toma un valor muy importante.
Nos enamoramos de instantes, de situaciones que tienen un peso en nuestra observación sobre las relaciones.
Examinamos nuestro cuerpo y en él, se hayan diferentes debilidades para cada una de las personas que nos toca vivir.
Nos provoca ternura imaginar momentos al lado de esa eterna niña adolescente.
Sentimos devoción por todos los maestros que llegan para enseñarnos y ayudarnos a crecer.
Nos sentimos honrados por el acercamiento de personas que quieren nuestra compañía.
La mirada del amor, es una extensión de lo que siente nuestro ser.
Muchas veces le damos un espacio a determinadas personas, para que se alojen en lo más preciado de nuestro ser.
Las miradas cómplices que tienen su propia intimidad.
Y somos leales a nuestro corazón, porque él bien sabe a quién tenerle mayor simpatía.
Y es en la inteligencia de la aceptación, cuando nos elevamos a la divinidad.
El cielo mira al sol y logra una pasión espiritual.
Y en el gran juego de la seducción, amanecer y tener adoración por lo que vemos.
MARIANO SANTORO