La niñez permitió encontrarnos en esta vida.
Una etapa sellada por la inocencia y las ganas de crecer juntos a los demás.
Mirar a alguien, acercarnos y preguntarle: "Querés ser mi amigo?"
Ese, sería el comienzo de historias en los que esos pequeños, compartirían grandes experiencias.
Una plaza de Belgrano, sería testigo de innumerables encuentros y de decenas de personitas que se sumaban al grupo.
Pequeños eslabones que formaban la cadena de amistad.
Estábamos ajenos a la tecnología, ya que desde la simpleza, obtendríamos los mejores resultados.
Rayuela, la mancha, las hamacas o el tobogán, algunos de los capítulos que nos tocaba pasar el rato, el día.
Y la vida se escribía con cada anécdota, con cada cuento que muchas veces, nos animábamos a inventar.
Grandes creadores en cuerpos de niños.
Corazones gigantes que aprendieron el valor de la amistad.
Sanos de mente y que cada día, mantendríamos el ritual de vernos.
Algunos, se permitían extrañar a otros y ese cariño se acrecentaba.
Soñábamos con la máquina del tiempo y los autos que vuelen.
Nos prometían que eso recién llegaría en el año 2000, pero estábamos muy lejos de poder ver eso.
Aprendimos a jugar con cartas y con el paso del tiempo, comenzábamos a escribir cartas de amor.
Ese mágico estado en el que sentimos algo muy intenso en nuestro interior y que el corazón se alegraba de ver a la persona elegida.
Las noches llegaban con sueños inocentes, esperando que prontito, sea la tarde, después del cole y poder ir a jugar.
En el viaje a nuestra infancia, llenaremos el pasaporte con recuerdos y sólo nos puede llevar el mejor vehículo que existe y se llama Alma.
MARIANO SANTORO