El niño que creció, bien supo edificar sus propios sueños a lo largo del camino transitado.
Las metas que hemos puesto en algún momento de nuestra historia, quizás las hemos enfrentado.
Al estar cerca de ellas, nos llenamos de una agradable sensación de placer y bienestar.
Nos detenemos algunos segundos para disfrutar y de observar lo que nos ha costado.
La inmensa cantidad de pruebas que hemos superado.
Las mismas que nos permitieron crecer como seres humanos.
Los obstáculos que aseguraron que nuestra fe, crezca.
Y hoy, al haber cumplido esa meta o esas misiones, nos alimentamos con la idea de alcanzar a una nueva.
Ponernos delante de una larga escalera por caminar.
Y los escalones de la sabiduría que queremos subir.
El cuerpo siente la necesidad de nuevos desafíos.
Porque la edad no es un reto, sino un pequeño impedimento mental para obtener lo que el alma joven desea.
Tenemos tanto por aprender que estamos abiertos a lo que el destino quiera mostrarnos.
Tenemos tanto por sentir, que el corazón se apresura a latir con pasión.
Tenemos tanto por mirar, que expandimos el conocimiento de lo visto hasta hoy.
El ser se renueva y genera ganas por ese horizonte que se ve largo, extenso.
Pero ese mismo camino, es el de la vida.
El que no sabemos dónde está el final y cada vez, queremos comenzar desde el punto de partida de una nueva meta.
Vayamos con fe, por el largo camino que le da el sentido correcto a nuestros sueños.
MARIANO SANTORO