Recuerdo mi primer beso, el inocente, el que una linda nena me preguntó si alguna vez me habían besado y ante mi respuesta negativa, acercó sus labios y fue el comienzo de ese dulce sabor del amor.
Los años pasaban y en el colegio, me di el lujo de tener una novia, pero ese séptimo grado fue especial, porque jamás nos besamos, sólo era de palabra.
Una manera de amar única, ya que no hubo momentos para compartir, sólo lo sabíamos nosotros y eso, ya me bastaba.
Los cantitos en el patio o la puerta del cole; esa melodía de casamiento que alegra e incomoda.
La adolescencia trajo varias oportunidades y el nivel del amor, subía escalones.
Puedo decir que he sufrido, pero no por amor, sino por no haber logrado una estabilidad.
El amor, jamás hace daño, sino que los humanos, queremos una serie de cosas que si no se cumplen, nos sentimos mal.
Sé que siempre he dado lo mejor de mí.
Aunque la distancia etaria, me ha hecho comprender que he amado de diferentes maneras.
He priorizado la amistad mixta.
He amado a mis amigas.
He escrito cartas y canciones a mujeres que jamás se enteraron.
He soñado con un casamiento en la playa, vestidos de blanco.
He imaginado nombres para mi bella hija.
He pasado décadas soñando y a la vez, viviendo las experiencias que el amor traía para mi crecimiento emocional.
Me he reencontrado con personas del pasado y en este hermoso presente, pude decir lo que sentía.
Me he sorprendido en querer a personas que han estado alguna vez y que en un nuevo nivel de confianza, mi amor floreció.
Amor es tiempo, es invertir, es darse espacios para compartir mucho más que lo que marca un reloj.
El amor, el verdadero; es estar, es hacerle saber que vive en vos el reflejo de su alma y que cada día, ambos son constructores de esa bella unión.
MARIANO SANTORO