El fantástico idioma de la niñez.
El mismo que nos permite hacer, decir y sentirnos felices a la vez.
Esa etapa en que nos toca vivir y experimentar muchas cosas sin tener la conciencia necesaria que va de la mano de la sabiduría para saber qué es bueno y qué es malo.
No hay culpas, mientras somos niños.
No hay fracasos, porque el perder, solo se trata de un momento de juego.
Y todo es un gran salón de juegos, donde cada día nos liberamos y dejamos salir todas las ganas y deseos de pasarla bien.
La única consigna es disfrutar cada instante.
La eterna inocencia es la que nos lleva a lugares que estuvieron en nuestra mente.
En la adultez, la memoria juega un rol importantísimo y es el de recordar los miles de buenos momentos vividos.
Cuando recordamos anécdotas; las verdades y los secretos que nos han contado y que hemos dicho.
Las cartitas que escribíamos; los lugares que visitábamos y todo lo que compartíamos junto a nuestros amigos.
Todo, es extremadamente importante para renovar energías y sentirnos felices por todo lo que vivimos y por lo que tenemos por vivir.
Cada valor, cada ritual, costumbre, cada aprendizaje son los que hicieron nuestra personalidad.
Durante el viaje que tenemos, vamos adelantando camino y vemos pasar lo que dejamos y si ese camino transitado alguna vez ha servido y nos ha sido útil, el viaje se hará más placentero.
Las calles que nos vieron crecer, hoy siguen estando y recorrerlas seguido es un gran regreso a una excelente época.
Nos reencontramos a nosotros mismos.
Nos vemos en los mismos lugares, el mismo colegio, la misma plaza.
Hoy, nos vemos gigantes en esos juegos que nos acompañaron durante la infancia.
Hoy, hasta podemos recordar esos primeros tímidos besos que nos gustaba dar, sin saber el valor que en realidad tenían, ni cuanto nos maracarían.
La eterna inocencia es el cerrar nuestros párpados y dejarnos llevar.
Ese pequeño viaje que nos da la fortaleza para seguir.
Hay mucho por delante, porque hemos caminado mucho.
Las sorpresas nos siguen afectando de manera positiva.
Los sueños que alguna vez nos atrevimos a soñar, regresan y hasta algunos quieren hacerse realidad.
Un delirio sano; un gran juego de fantasías donde la risa era continua.
Sentirnos sanos mental y físicamente ya nos aseguraban un día de emociones junto a nuestras amistades y compañeritos.
Esos rostros y nombres que hoy, siguen en nuestra memoria y cada tanto aparecen para mostrarnos y confirmarnos que hemos hecho un buen trabajo edificándonos y siendo buenas personas.
El cariño que hemos dado ha vuelto multiplicado.
Hoy día, una foto puede hacernos emocionar al vernos junto a personas muy queridas.
Pero la alegría verdadera es saber que la eterna inocencia, vive en cada uno de nosotros.
Y estará por siempre!
MARIANO SANTORO
El mismo que nos permite hacer, decir y sentirnos felices a la vez.
Esa etapa en que nos toca vivir y experimentar muchas cosas sin tener la conciencia necesaria que va de la mano de la sabiduría para saber qué es bueno y qué es malo.
No hay culpas, mientras somos niños.
No hay fracasos, porque el perder, solo se trata de un momento de juego.
Y todo es un gran salón de juegos, donde cada día nos liberamos y dejamos salir todas las ganas y deseos de pasarla bien.
La única consigna es disfrutar cada instante.
La eterna inocencia es la que nos lleva a lugares que estuvieron en nuestra mente.
En la adultez, la memoria juega un rol importantísimo y es el de recordar los miles de buenos momentos vividos.
Cuando recordamos anécdotas; las verdades y los secretos que nos han contado y que hemos dicho.
Las cartitas que escribíamos; los lugares que visitábamos y todo lo que compartíamos junto a nuestros amigos.
Todo, es extremadamente importante para renovar energías y sentirnos felices por todo lo que vivimos y por lo que tenemos por vivir.
Cada valor, cada ritual, costumbre, cada aprendizaje son los que hicieron nuestra personalidad.
Durante el viaje que tenemos, vamos adelantando camino y vemos pasar lo que dejamos y si ese camino transitado alguna vez ha servido y nos ha sido útil, el viaje se hará más placentero.
Las calles que nos vieron crecer, hoy siguen estando y recorrerlas seguido es un gran regreso a una excelente época.
Nos reencontramos a nosotros mismos.
Nos vemos en los mismos lugares, el mismo colegio, la misma plaza.
Hoy, nos vemos gigantes en esos juegos que nos acompañaron durante la infancia.
Hoy, hasta podemos recordar esos primeros tímidos besos que nos gustaba dar, sin saber el valor que en realidad tenían, ni cuanto nos maracarían.
La eterna inocencia es el cerrar nuestros párpados y dejarnos llevar.
Ese pequeño viaje que nos da la fortaleza para seguir.
Hay mucho por delante, porque hemos caminado mucho.
Las sorpresas nos siguen afectando de manera positiva.
Los sueños que alguna vez nos atrevimos a soñar, regresan y hasta algunos quieren hacerse realidad.
Un delirio sano; un gran juego de fantasías donde la risa era continua.
Sentirnos sanos mental y físicamente ya nos aseguraban un día de emociones junto a nuestras amistades y compañeritos.
Esos rostros y nombres que hoy, siguen en nuestra memoria y cada tanto aparecen para mostrarnos y confirmarnos que hemos hecho un buen trabajo edificándonos y siendo buenas personas.
El cariño que hemos dado ha vuelto multiplicado.
Hoy día, una foto puede hacernos emocionar al vernos junto a personas muy queridas.
Pero la alegría verdadera es saber que la eterna inocencia, vive en cada uno de nosotros.
Y estará por siempre!
MARIANO SANTORO