Cuando algunas circunstancias quieren derribarme, trato de aislarme para redescubrir quien soy.
Cuando me dejo llevar, sale algo de mí que me sirve como protector; jamás permitiría que alguien me haga daño.
Abandono mi cuerpo y me permito viajar por mi interior.
Me encuentro con mi esencia y me dejo llevar durante varios minutos por mi gran amor, la música.
Veo mis recuerdos, ya que Dios me regaló una mente privilegiada para tener una excelente memoria.
Y recuerdo todo; sí, aunque lo que aún no mandé a la papelera de reciclaje, porque hay cosas que no merecen ni ser recicladas e irán a otro lado.
Esos impulsos, son los que hacer creer que mi persona se distorsiona; pero uno no se hace fuerte de un día a otro.
Hice todos los cursos posibles y los aprobé.
La fortaleza que Dios me da cada día, me renuevan y así, voy dejando atrás, restos de malos momentos.
Me acerco a los buenos, a los que me sirven para avanzar, porque mis pasos son firmes.
Pasos pensados para no fallarme a mí mismo.
Porque no soporto la traición y jamás traicionaría mis sentimientos.
Mi personalidad ha sido perfeccionada a medida que me encontraba con pruebas que para el común de la gente, bajaban la cabeza y se volvían.
Pero no tengo que volver a ningún lado; solo a mis mejores recuerdos y esos, vivirán en mí.
Y mi vida transcurre en otro lugar y no se trata de tiempos, porque no hay tiempo cuando se trata del amor.
Ser pensante me hizo estar atento, en estado de alerta.
Pero necesito irme y es ahí cuando empiezo a sentir.
Porque sentir es mejor que pensar; porque no tengo que usar la mente, sino el corazón.
Y tan cerca del corazón, viven algunas personas que han sido parte de mi crecimiento.
Confío en mí, creo en mí y me soy fiel.
Los que vean cosas que no soy, no es mi problema, sino que es solución, ya que la vida se encarga de alejarlos de mi camino.
Porque cada día veo caminos y sé por los que tengo que caminar.
Cualquiera se cree juez y ni siquiera creen en la justicia divina.
Yo creo en lo que veo, en las evidencias que dan resultados y me muestran lo que mi percepción me había anticipado.
Cuántas veces he de perdonar si algunos no saben el significado?
Cuántas veces tengo que enseñar, cuando hay gente que no quiere aprender?
Mi tiempo, vale lo que valen mis valores.
Cuando uno está en un lugar, no es bueno querer pararse en el mismo sitio.
Hago respetar mi cielo y sólo yo lo lleno con las estrellas que saben iluminar.
Para oscuridad, me alcanza la noche.
Y es ahí, donde mi máquina planifica.
Mi mente sabe que habrá un nuevo día donde crear y ser.
Y vuelvo a sentir y me siento pleno de alegría sabiendo que aún tengo mucho por saber.
Porque la eternidad es posible y son las huellas que dejamos.
Y en el mar, las huellas son diferentes, porque son más sentimentales y quedan en la fe.
Las huellas que quedan, son las que viven tan cerca del corazón.
Y que cuando pueden, nos dan una caricia.
Volvemos a sentirnos mimados.
Y esos instantes que nos dejamos llevar; paradójicamente nos quedamos en un lugar y se llama amor.
Ese sitio que no echa raíces, sino que vive en cada uno y se une, se abraza a los que piensan y sienten como uno.
No hay espacio para lo negativo cuando hablamos de amor.
Tan cerca del corazón, veo a mi niño interior y lo veo jugando a ser grande y lo veo reírse y eso me enorgullece.
Porque dentro de mi ser, aparte de mis amores, vive el más grande ser humano que haya creado.
Mi niño que ya es hombre y se permite crear, porque creo y porque veo.
Y ese niño tiene su propio refugio; en el que se encuentra con las personas que han dejado sus huellas.
Hoy, me toca ser quien deje huellas y disfruto de ese trabajo.
El mejor trabajo es hacer algo que uno ama y lo disfruta.
Confiar en mí para que los demás me vean confiable.
Sentir, porque es la mejor manera de expresar lo que quiere decir el alma.
Vivir, para que cuando me sienta triste, pueda verte ahí, tan cerca del corazón.
MARIANO SANTORO
Cuando me dejo llevar, sale algo de mí que me sirve como protector; jamás permitiría que alguien me haga daño.
Abandono mi cuerpo y me permito viajar por mi interior.
Me encuentro con mi esencia y me dejo llevar durante varios minutos por mi gran amor, la música.
Veo mis recuerdos, ya que Dios me regaló una mente privilegiada para tener una excelente memoria.
Y recuerdo todo; sí, aunque lo que aún no mandé a la papelera de reciclaje, porque hay cosas que no merecen ni ser recicladas e irán a otro lado.
Esos impulsos, son los que hacer creer que mi persona se distorsiona; pero uno no se hace fuerte de un día a otro.
Hice todos los cursos posibles y los aprobé.
La fortaleza que Dios me da cada día, me renuevan y así, voy dejando atrás, restos de malos momentos.
Me acerco a los buenos, a los que me sirven para avanzar, porque mis pasos son firmes.
Pasos pensados para no fallarme a mí mismo.
Porque no soporto la traición y jamás traicionaría mis sentimientos.
Mi personalidad ha sido perfeccionada a medida que me encontraba con pruebas que para el común de la gente, bajaban la cabeza y se volvían.
Pero no tengo que volver a ningún lado; solo a mis mejores recuerdos y esos, vivirán en mí.
Y mi vida transcurre en otro lugar y no se trata de tiempos, porque no hay tiempo cuando se trata del amor.
Ser pensante me hizo estar atento, en estado de alerta.
Pero necesito irme y es ahí cuando empiezo a sentir.
Porque sentir es mejor que pensar; porque no tengo que usar la mente, sino el corazón.
Y tan cerca del corazón, viven algunas personas que han sido parte de mi crecimiento.
Confío en mí, creo en mí y me soy fiel.
Los que vean cosas que no soy, no es mi problema, sino que es solución, ya que la vida se encarga de alejarlos de mi camino.
Porque cada día veo caminos y sé por los que tengo que caminar.
Cualquiera se cree juez y ni siquiera creen en la justicia divina.
Yo creo en lo que veo, en las evidencias que dan resultados y me muestran lo que mi percepción me había anticipado.
Cuántas veces he de perdonar si algunos no saben el significado?
Cuántas veces tengo que enseñar, cuando hay gente que no quiere aprender?
Mi tiempo, vale lo que valen mis valores.
Cuando uno está en un lugar, no es bueno querer pararse en el mismo sitio.
Hago respetar mi cielo y sólo yo lo lleno con las estrellas que saben iluminar.
Para oscuridad, me alcanza la noche.
Y es ahí, donde mi máquina planifica.
Mi mente sabe que habrá un nuevo día donde crear y ser.
Y vuelvo a sentir y me siento pleno de alegría sabiendo que aún tengo mucho por saber.
Porque la eternidad es posible y son las huellas que dejamos.
Y en el mar, las huellas son diferentes, porque son más sentimentales y quedan en la fe.
Las huellas que quedan, son las que viven tan cerca del corazón.
Y que cuando pueden, nos dan una caricia.
Volvemos a sentirnos mimados.
Y esos instantes que nos dejamos llevar; paradójicamente nos quedamos en un lugar y se llama amor.
Ese sitio que no echa raíces, sino que vive en cada uno y se une, se abraza a los que piensan y sienten como uno.
No hay espacio para lo negativo cuando hablamos de amor.
Tan cerca del corazón, veo a mi niño interior y lo veo jugando a ser grande y lo veo reírse y eso me enorgullece.
Porque dentro de mi ser, aparte de mis amores, vive el más grande ser humano que haya creado.
Mi niño que ya es hombre y se permite crear, porque creo y porque veo.
Y ese niño tiene su propio refugio; en el que se encuentra con las personas que han dejado sus huellas.
Hoy, me toca ser quien deje huellas y disfruto de ese trabajo.
El mejor trabajo es hacer algo que uno ama y lo disfruta.
Confiar en mí para que los demás me vean confiable.
Sentir, porque es la mejor manera de expresar lo que quiere decir el alma.
Vivir, para que cuando me sienta triste, pueda verte ahí, tan cerca del corazón.
MARIANO SANTORO