El ruido externo es lo que más daño nos hace.
Los gritos de las personas interfieren con nuestros pensamientos.
Nos ensucian la energía.
Gritos de auxilio por no poder escapar de sus propios miedos.
Aullidos que descolocan el equilibrio que podemos y debemos tener.
Las eternas búsquedas de las personas perdidas.
El alejamiento de todo lo referido a la fe por descreer de las pocas pruebas que tuvieron que pasar.
Un tránsito que no se detiene por nada.
La velocidad del silencio se dificulta, pero es posible.
La ligereza de la sabiduría.
La agilidad de la experiencia.
La rapidez de una pronta respuesta a lo que queremos.
Ante tanta aceleración humana, hay un sólo lugar al que debemos recurrir.
Y es nuestro interior.
Ahí, es donde encontraremos el verdadero silencio.
El mismo que nos dirá todo lo que queremos y debemos saber.
El griterío mundano no tiene que alterar nuestra paz.
La tranquilidad de saber que en nosotros, están las respuestas a todo cuestionamiento.
Las verdades que no supimos escuchar, son las que nuestro ser las supo desde el día 1 (uno) y estaba esperando decirlas.
La caricia de las palabras silenciosas que vienen del alma.
El secreto de una buena conversación íntima donde se devele la única verdad de la vida.
El misterio de la perfección del ser, donde en toda su humanidad, convive lo mejor que tiene la vida y las ansias de una felicidad duradera.
La velocidad del silencio es lo que nos provoca calma.
La mente tranquila trabaja mejor y realiza las tareas correspondientes sin fallar.
La paz en el corazón es lo que nos permite amar con toda el alma.
Cuando algo nos moleste, debemos correr con toda velocidad hacia el silencio de nuestro ser.
Ser y estar, en paz con nosotros.
Sentir y amar, todo el lenguaje fascinante del silencio que nos habla con el alma.
El diálogo que nos eleva a una percepción diferente de lo que creemos que es la realidad.
La velocidad del silencio, es poder entender y comprender lo que Dios nos quiere decir.
MARIANO SANTORO
Los gritos de las personas interfieren con nuestros pensamientos.
Nos ensucian la energía.
Gritos de auxilio por no poder escapar de sus propios miedos.
Aullidos que descolocan el equilibrio que podemos y debemos tener.
Las eternas búsquedas de las personas perdidas.
El alejamiento de todo lo referido a la fe por descreer de las pocas pruebas que tuvieron que pasar.
Un tránsito que no se detiene por nada.
La velocidad del silencio se dificulta, pero es posible.
La ligereza de la sabiduría.
La agilidad de la experiencia.
La rapidez de una pronta respuesta a lo que queremos.
Ante tanta aceleración humana, hay un sólo lugar al que debemos recurrir.
Y es nuestro interior.
Ahí, es donde encontraremos el verdadero silencio.
El mismo que nos dirá todo lo que queremos y debemos saber.
El griterío mundano no tiene que alterar nuestra paz.
La tranquilidad de saber que en nosotros, están las respuestas a todo cuestionamiento.
Las verdades que no supimos escuchar, son las que nuestro ser las supo desde el día 1 (uno) y estaba esperando decirlas.
La caricia de las palabras silenciosas que vienen del alma.
El secreto de una buena conversación íntima donde se devele la única verdad de la vida.
El misterio de la perfección del ser, donde en toda su humanidad, convive lo mejor que tiene la vida y las ansias de una felicidad duradera.
La velocidad del silencio es lo que nos provoca calma.
La mente tranquila trabaja mejor y realiza las tareas correspondientes sin fallar.
La paz en el corazón es lo que nos permite amar con toda el alma.
Cuando algo nos moleste, debemos correr con toda velocidad hacia el silencio de nuestro ser.
Ser y estar, en paz con nosotros.
Sentir y amar, todo el lenguaje fascinante del silencio que nos habla con el alma.
El diálogo que nos eleva a una percepción diferente de lo que creemos que es la realidad.
La velocidad del silencio, es poder entender y comprender lo que Dios nos quiere decir.
MARIANO SANTORO