Cuando le abrimos las puertas al amor verdadero, nos olvidamos del tiempo y espacio, ya que sólo queremos estar disfrutando.
El lugar, se hace escenografía para potenciar el momento que se está viviendo.
El pasado, es tan sólo una conjugación que ha sido parte del juego de crecer y esperar por algo mejor.
La paciencia ayudó a que la esperanza tenga un lugar privilegiado en nuestra vida.
La naturaleza puede dibujar colores y formar un reloj de arena, que la misma se desvanece, porque lo mejor de la vida, es casi impalpable.
Relojes que marcan horas de un tiempo ganado, porque todo lo que ha pasado ha sido de aprendizaje.
Relojes que nos hacen depender, pero que libremente le damos importancia en determinados instantes.
Relojes que persisten y giran esas manecillas marcando un ritmo especial, el de la perfección física mezclando la espiritual.
Un bello sol que ilumina y nos abre espacios entre el camino elegido.
Una luna que nos enternece, que nos motiva y emociona.
La tierra que nacimos se transforma y nos alimenta a través de sus árboles que siempre están dispuestos a abrazarnos.
Tener un reloj en mi mano es como tener tu mano entrelazada a la mía y que juntas, hagamos un maravilloso presente, donde valoremos el tiempo compartido.
Y seguimos abriendo caminos porque el destino es tiempo bien utilizado.
Somos como un barco que ha sabido andar en aguas suaves y a veces, con desniveles, porque de todo, se aprende.
Andar y nadar, partes de un mismo tiempo en el cual, miramos hacia el cielo para guiarnos por las estrellas que nos hablan en el idioma universal del amor.
Y bienvenidas sean las nubes, porque valoraremos más los días despejados.
Y el espejo que quiere reflejar momentos, se hace mirada a través de la compañía.
Relojes que sienten nuestra presencia, que están en todo momento y se materializan en cada latido marcado con amor.
Relojes que quieren decir que cada segundo bien aprovechado, es motivo para recordarlo.
MARIANO SANTORO