Cuando somos niños, entre una inmensa variedad de juegos que se nos presentan, aparecen los famosos rompecabezas.
Esas figuras troqueladas en las que con paciencia, logramos formar lo que se detalla en la caja.
Y al crecer, vamos juntando varias piezas, pero no son parte de un juego, sino que son de la vida.
Vamos conociendo personas, situaciones y vivencias.
Y esas piezas, tienen un motivo especial que es el que nosotros mismos le daremos.
Cuando comenzamos a involucrarnos con otra persona.
Cuando los sentimientos se hacen cada vez más fuertes y tienen una base sólida.
Cuando salimos de nuestro mundo y nos sumamos a los demás.
Cuando planificamos y empezamos a proyectar junto a otra persona y esa unidad se multiplica.
Y al crecer, mientras estamos experimentando, nos tomamos tiempo para darnos cuenta que necesitamos estar con alguien.
Pero no por capricho o necesidad de dejar de lado la soledad.
Sino porque creemos que nos ayuda a crecer como seres humanos, al animarnos a expresar lo que nuestro corazón dicta.
Cuando nos alejamos de los problemas y sólo queremos soluciones para nuestra vida.
Así llega el instante en que reflexionamos y nos hacemos de un gran espacio personal para recuperar las piezas ya perdidas y algunas olvidadas.
Esas piezas, formarán algo maravilloso que nos hará mucho bien.
Armar es comenzar a edificar algo que tendrá un principio, luego de terminada la tarea.
Lo armamos con un motivo, que es hiper valedero, que se trata de jugarnos a la estabilidad, de la mano de una compañera.
Armar para amar, es verbalizar lo que sentimos, lo que nuestro ser quiere y desea con el alma.
Es la conexión que nos une con la profundidad de las emociones y se fusionan a través del amor, con esa bella persona que somos, al mirarnos en los ojos del destino.
MARIANO SANTORO