El empedrado ya me conocía, porque he sabido caminar esas calles aventuradamente.
Me había dedicado a observar a las personas y eran muy pocas las que llegaban a mí.
Me fui brindando y abriendo, ya que la confianza en la llave de entrada a la amistad.
Y en nombre de esa inmensa palabra, fui desnudando ideas y sentimientos.
A la vez, aprendí a cerrar algunas situaciones, por protección personal.
La vulnerabilidad tiene mucho poder sobre las personas tímidas.
Soltarse en ese momento, era contar lo que nos pasaba.
No sentíamos ninguna clase de peso, ya que todo era parte de la experiencia.
Descubríamos todo lo que necesitábamos, con la impaciencia de vivir el mismo presente.
Y hoy mirando a ese lugar, imaginariamente mágico, ha sido un pasado en amor.
Expresarme fue lo que se me hizo costumbre, ya que las letras que venían sueltas, trataba de juntarlas y darle sentido, guiadas por mi corazón.
Reconocerme romántico me liberó de años de silencios internos en cajas que juntaron polvo.
Las hojas de cuadernos, fueron y serán mis grandes amigas.
Ese hermoso poder que tiene el más puro blanco en el que uno se deja llevar por los colores de las vivencias.
Escribir lo que pasa en el cuerpo, poetizar las emociones.
Es muy agradable abrir ventanas que nos conducen a instantes ya vividos.
Ya ha sanado lo que tenía que curarse y si algo queda, aún es para darme una lección que caprichosamente, no quiero saber.
Y la sabiduría es aprovechar cada rayo de sol, porque es el abrazo natural ante la falta física.
Y es la fuerza de voluntad la que me ofrece un futuro en vida.
MARIANO SANTORO