Cartas añejadas de sentimientos sin vencimiento.
Textos que uno se animó a escribir en algún momento pasional.
Época en que decir lo que uno sentía, no era cotidiano.
Las verdades pueden hacerle daño al corazón y la esperanza de un camino acompañado, pueden desvanecerse.
Pétalos de flores que nunca terminaron de crecer.
Semillas de fe que se alimentaban con el más puro amor que vive en mi ser.
Y en momentos en que me animaba a viajar hacia el futuro que nunca llegaba, un desierto de soledad mostraba su pequeña sombra.
Planificación de instancias que no le daban la relevancia necesaria para tomar peso.
Y el valor de mi timidez, era enfrentarme a lo que ni siquiera estaba seguro de que podría suceder.
Incertidumbre común para poder salir de lo habitual.
Creyendo en que dando el mayor poder que vive en mi ser, obtendría respuestas de personas que ni sabían preguntar.
Y mi baúl de recuerdos bien sabe acumular diferentes pasajes de los paisajes en los que pude caminar.
Me remontan cual barrilete en una inmensa playa con olas que llegan y se van.
Y lo que sentía, no se iba, sino que se quedaba a mi lado, para hacerme fuerte.
Me abrigaba con el poder del mar y refrescaba emociones canalizando para no inundar mi ser.
Con algunas circunstancias perdidas, me encuentro en el pasado del futuro con fe, escribiendo mi felicidad.
La ganancia, es mental y es lo que me ayuda a continuar.
Muchas hojas en blanco que escribo en este Invierno, dan calor a mi esperanza.
Y una sonrisa en espiral, me confirma que todo lo escrito, queda en la memoria de mi propia existencia.
MARIANO SANTORO