Aunque no pertenezca al mundo de la ciencia, una de las grandes artes es la paciencia.
Saber aprovechar ese tiempo que no tiene una duración predeterminada, es lo que nos hace sabios.
Hay tiempos para cada una de las actividades de nuestra vida, si le sabemos dar el valor necesario.
Todo ocupa un lugar y está en nosotros darle mayor importancia a uno sobre otro.
Y si a la vez, nos animamos a estar tranquilos, a dejar que las cosas fluyan naturalmente, es la misma naturaleza que toma el camino anhelado.
No todo se encontrará como lo planeamos y está bien que así suceda, porque el destino nos sorprende a cada instante.
Pueden ser muchas las veces en que nos aferramos a situaciones y algunas, pueden llegar a ser conflictivas.
Sin darnos cuenta, vamos armando una cadena que nos ata.
La misma que nos pone un límite, ya que no podemos avanzar.
Creyendo en una falsa seguridad, sólo nos atamos a caprichos casi adolescentes.
La espera se extiende y se hace cada vez más larga y no es saludable estar pendiente de algo que quizás no suceda.
Lo que está pendiente, cuelga y hasta molesta.
Lo que tiene movimiento, tiene que ser nuestros latidos que marcarán nuevos rumbos.
Atarnos, puede ser un juego entretenido y pasar un buen momento con una pareja.
Pero cuando la relación no ha tenido el tiempo de madurar, nos atamos a algo que nos encierra cada vez más.
Y en el caso que hayamos estirado una relación, lo que tiene vencimiento, llega y se desintegra solo.
Mantener algo en nombre de viejos mandatos, no nos suma.
Y la libertad se vuelve un bien preciado.
Lo que estés pasando, no lo fuerces y libera tu propia cárcel emocional.
MARIANO SANTORO