Parada obligada, luego del fútbol o recitales.
Las puertas abiertas para los comensales.
Platos metálicos y servilletas filosas, esperando la grandiosa.
Al molde o al corte, apoyado en el mostrador.
Paredes adornadas, con venecitas multicolor.
Horno a leña, alimento sin contraseña.
Media masa, la especial de la casa.
Postre triangular, para deleite popular.
La muzza chorreando, cuidando de no mancharse.
Cruzarme con Luca, era motivo para alegrarse.
Ginebra y autógrafos, en tiempos análogos.
Pizarra con letras faltantes, en modo catálogo.
En todas mis edades, cubriendo soledades.
Largo pasillo, para vaciar los bolsillos junto a amigos.
Monroe y Cabildo, ya no será lo mismo.
Cierra Burgio, el gran refugio de historias.
Casi 90 años llenas de gloria.
Su particular aroma, hablando nuestro idioma.
La última porción, es la que llena de emoción.
MARIANO SANTORO