Todo en la vida, tiene un proceso.
Cada instante tiene su propio peso y su validez.
La importancia con la cual vivimos ese proceso, es clave para continuar viaje.
En nuestro mundo espiralado, vamos transitando y conociendo todo lo que se presenta a nuestro alrededor.
Y llega la sorpresa y todo lo que comenzamos a prestar más atención.
Cada vez que ampliamos nuestros conocimientos, crecemos como seres humanos.
Vamos dejando atrás lo que ya cumplió su ciclo y no es que se termina, porque la vida comienza cada día con sus maravillosas oportunidades.
Las charlas tienen otros colores porque disfrutamos de compartir una mesa enriquecedora con personas que hacen sus aportes y todo sigue creciendo.
Y el niño interno que siempre tiene ganas de jugar, ayuda al hombre a ponerse de pie y aceptar sus nuevas responsabilidades.
Y ese es un nuevo proceso que se lo vive con toda la garra y el poder de saber que hay muchas puertas por abrir si se trata de seguir aprendiendo.
Nuestro ser se va transformando en lo que queremos ser, porque se fortalece la voluntad de saber que podemos dar más de nosotros.
La misión solidaria y de ayuda a nuestro prójimo, es también un proceso interno sanador.
Vivencias de experiencias en las que las emociones positivas florecen.
Y todo es rico, todo es mágico y real, porque nos vamos alimentando de todo el amor divino que vive en cada uno.
Y no se trata de régimen o dieta, sino de alimentar el alma con nuestras acciones y poder comprobar que las personas mejoran, porque nosotros hemos mejorado.
Una hermosa cadena empática donde la ayuda se encuentra en abrazos interminables que nos miman.
Caricias de vida que nos confirman que el camino es el correcto y que hay mucho por descubrir.
En cada viaje hacia nuestro núcleo, vamos abriendo las expectativas y nuestros sueños ya tiene la clave para hacerse realidad, superando toda virtualidad.
Y el proceso que nos toca, es el premio a modo de recompensa por el simple hecho de dar; esa pequeña palabra, pero con un inmenso poder sanador.
MARIANO SANTORO