Desde la finitud del cuerpo, creo en el inmenso poder del infinito amor.
La débil carne puede desvanecer, pero lo que sentimos por alguien, atraviesa todo espacio físico.
Mucho más que un signo en los tiempos donde son pocos los que apuestan a pleno.
El azar es una de las puertas del amor, donde uno juega y sabe que siempre, multiplicará lo que invierta.
El mayor símbolo del amor es el corazón; un órgano que late y marca el ritmo cuando ejerce la acción de amar.
Saliendo del orgullo, podemos sentir algo intenso por otra persona.
A través de la perseverancia, se transforma en sentimiento y a la vez, es el motor de nuestra vida.
Una vida en la que tomamos la elección de ofrecer lo que mejor tenemos, porque la compañía ayuda a continuar camino.
Una alianza que se crea entre 2 para ser uno solo.
Alas angelicales que se fusionan para una vida terrenal.
Un Otoño tan dorado que contagia todo lo que podamos ver.
Y desde esa nueva persepectiva, continuamos dándole color a la relación.
Destiñiendo desilusiones para pintar nuevos sueños.
Compartir lo que el cuerpo quiera expresar y saber que del otro lado, habrá una intérprete.
Un espejo que sólo muestra las fantasías que se crean desde la complicidad.
Reflejando lo que el amor les susurre.
Y las voces del niño y la niña interior, se disponen a jugar y dejarse llevar por una vida sin culpas.
Un lazo único que no ata, sino que quiebra debilidades y se fortalece con el amor fusionado.
El infinito amor se abre cuando uno está dispuesto a dar sabiendo que al recibir, habrá 2 personas que lo disfrutarán.
MARIANO SANTORO