Había una vez, una niña que se animó a salir a experimentar la vida.
Fue contando baldosas, jugando y aprendiendo a ser amiga de nuevas personas.
El colegió le permitió ir borroneando algunas cosas que no le gustaba.
Fue elaborando sus propios sueños para darle mayor color.
Nunca fue una niña de copiarse de los demás, sino que fue creadora de lo que ella quería ser.
Amaba las fechas, porque siempre encontraba motivos para celebrar.
Cada reunión, era una fiesta y a la vez, registraba con atención lo que sucedía a su derredor.
La música se hizo un espacio y ella misma pudo componer bellas melodías.
No ha sido de publicar sus secretos, pero sabía lo que era la confianza.
No supo apuntar a los demás, porque de todos, se podía aprender algo nuevo.
Sumar conocimientos y hacer sus propias recetas para salir airosa de algunas situaciones.
Ha sabido tener muchos cuadernos donde anotaba.
Enumeraba las vivencias enriquecedoras y percibía que tendrían un destino importante.
Fue creciendo y conoció a las personas en su interior y en el propio, se hicieron camino, sentimientos hermosos.
Logró enseñar una gran parte de sus creaciones y de lo que el mundo le puso como prueba.
Redactaba detalladamente lo que ella consideraba que podría servirle a los demás.
Ayudar desde el corazón, comprobando que en cada historia, dejaría parte de la suya.
Su sello, ha sido la sinceridad y el respeto por los buenos momentos donde disfrutaba y su cuerpo se embellecía.
Pudo escribir diversos cuentos, pero su mayor desafío, es estar sentada frente a su pasado y sentirse feliz.
MARIANO SANTORO