Un pequeño temblor, logró hacerse camino por entre las sábanas, avisando que el Invierno había llegado.
El cuerpo semidormido, intentó seguir viviendo los sueños que estaban en el aire.
Las manos supieron llevarse las frazadas lo más alto de la cara, cubriendo la nariz.
Una voz interior, avisó que era hora de levantarse.
No había muchas ganas de cumplir las obligaciones.
La rebeldía se adhirió al frío que daba su presente.
El café de la mañana, se animó a calentar brevemente las manos dulces, sin necesidad de edulcorar el entorno.
Todo el lugar, se vio inmensamente blanco y con ausencia de una compañía.
La frescura de lo cotidiano, dejó en el mismo aire, esa falta.
La baja temperatura, no impidió que el corazón siga latiendo por la espera de un buen abrazo.
Las insensibles circunstancias se rebelaban, porque tendrían su mensaje.
Las tareas no fueron distantes de lo que el cuerpo necesitaba.
No fue fácil encontrar esos viejos guantes sin dedos.
Fue más difícil observarnos frente al espejo y ver la realidad.
Y más tarde, ordenando el desorden de los años, una antigua agenda cayó causalmente.
A la vez, una postal, con la foto de ambos, dijo las palabras correctas para ir por el teléfono.
Siempre coincidieron en que un llamado sorpresa, cae bien, no importando la distancia del tiempo.
Tan sólo con un simple saludo, el calor comenzó a circular por todo el ser.
El inmediato futuro, tenía una cita pendiente y ese era el abrigo de amor que ambos estaban necesitando.
MARIANO SANTORO