Cuenta la historia que hubo una época en que las personas practicaban la acción de prometer.
Sobre diferentes temas, existía la propuesta que daba fe sobre el hecho.
Se ofrecían alternativas para compensar lo hablado.
Para algunos era muy conveniente, porque eso ya les alcanzaba.
El dar la palabra, era eso mismo, el valor de lo que uno decía.
Obviamente no había garantía y era parte del trato o del juego.
Muchos comenzaron a comprometerse y a cumplir.
Y los hacía sentir bien; una inmensa sensación de bienestar, los llenaba.
Se alimentaban con la afirmación del amigo, de ese compañero de la vida en que le había hecho una promesa.
Dedicaban bastante tiempo en compartir buenos momentos que llegada la instancia de prometer, aparecía la confianza.
La espera no era una tarea fácil, pero sumaban la mirada y la estrechez de las manos.
Se solía decir que "a Seguro lo llevaron preso", pero eso jamás impidió que las personas sigan creyendo.
Y en el creer se encuentra el valor de prometer.
Esa obligación personal en la que uno brindaba para mayor tranquilidad.
Decenas de testimonios se han escrito y otros tantos se comentaban en los barrios.
Una interesante costumbre que las personan sumaban a sus vidas.
Se sentían orgullosos de darle una mayor consagración a la conversación que entablaban.
Y los ojos, ayudaban a augurar que las promesas se convertirían en verdad.
No era cuestión de jurar en vano, sino de hacer valer el lazo que los unía y que los transformaría en una saludable amistad.
MARIANO SANTORO