Varias enfermedades han pasado hasta que la receta fue el aprendizaje.
Los caprichos, más allá de las edades, estaban ahí, para dar su opinión.
Y los caminos a la comunicación se distorsionaban.
Perdidos en un laberinto sin conocer ni la entrada, ni la salida.
Y el encierro emocional aparecía, esperando el milagro que del otro lado den una señal.
Todos pasamos por etapas oscuras, aún conociendo la luz.
Luego, le dimos otro valor e importancia a esa luminosidad.
Y el cuerpo nos hablaba constantemente.
Tratábamos de no escuchar ni siquiera nuestra voz, porque no queríamos perder aquélla voz que tanto bien nos hacía.
Y los ruidos externos, confundieron las palabras que alguna vez nos habían dicho.
Se desvanecían los recuerdos y quedaba la fe.
Y fue cuando comprendimos que nuestra autoestima era la prioridad.
Fuimos sembrando pequeñas semillas para darnos el valor que buscábamos afuera.
Y de a poco, vimos que crecía en nosotros algo importante.
La vitamina necesaria aparecía cuando pensábamos en nosotros.
La mejoría llegaba y era la motivación perfecta para continuar.
Crecimos en edad y en sabiduría; manteníamos dosis de inocencia, pero sabiendo que no todos la valoran.
Y en el amor propio, encontramos varias respuestas que antes habíamos bloqueado.
La solución llegó para abrir oportunidades y dar a conocer que nuestro amor, reluce y está dispuesto a mucho.
MARIANO SANTORO