jueves, 27 de diciembre de 2018

Huellas de vida

Caminar en solitario, abre las puertas de la mente para dejar salir todos los pensamientos.
Incluso, aquéllos que ya no queremos que se hagan recuerdos.
Una limpieza que sólo nos permite el transitar el destino elegido.
Mientras nos focalizamos en el horizonte, la mente observa todo lo que tuvimos que atravesar.
Y hubo desiertos de soledad, pero también, aprendimos a ser una muy buena compañía.
Recuperamos la comunicación con nuestro niño interior.
Nos acordamos de decenas de momentos de la infancia y nos reímos juntos.
Mientras los pasos, eran guiados por nuestro corazón.
Desvestimos problemas para quedarnos sólo con lo que se supo alojar en el alma.
Alrededor, parecía que no existía ningún humano y fue ahí donde fortalecimos nuestra humanidad, porque sabíamos lo que nos gustaría hacer, llegado el instante de compartir.
Escuchamos los silencios de la naturaleza y hasta volvimos a oír los latidos.
Casi como en una especie de código, nos daban la esperanza que estábamos por el camino correcto.
Ese que nos deja creer y crecer en libertad.
En algún lugar entre esa distancia emocional del punto de partida y el sitio que estamos hoy, supimos que era hora de abandonar algunas costumbres.
Esas que fueron parte del pasado y nos dejaron su enseñanza.
Pero para ser maestros, no debemos quedarnos con lo negativo, sino con la evolución de lo que hoy somos.
La sabiduría del caminante, aumenta en el equilibrio de ambos hemisferios cerebrales.
Nos conectamos con cada parte del ser y la verdad nos habla.
Huellas de vida, una hermosa construcción de experiencia, hacia el bienestar personal.
MARIANO SANTORO