Las noches han sido lo suficientemente oscuras para tu agrado.
Los sueños, se tapaban y no podías encontrar tu horizonte.
Ideas que corrían sin rumbo.
Proyectos y metas que se perdían entre un laberinto mental.
Y un día te animaste a amanecer.
No importó el horario, sino que tu mirada comenzó a observar que el cielo podía brillar.
Y viste las estrellas y pudiste reflejarte en alguna.
Todo tu ser se iluminó y despejaste el camino necesario para caminar rumbo a tus anhelos.
Estaba en vos, toda la fuerza para empezar el trayecto hacia la alegría.
Tus órganos trabajaron en conjunto y el cerebro fijó un nuevo objetivo.
El corazón, se dejó llevar, porque algo le hizo saber que había llegado el momento.
Todo lo que alguna vez consideramos importante, apareció.
Y como un gran rompecabezas, fue tomando forma.
Las piezas de nuestros deseos se unían y nuestra fe se potenciaba.
Los ojos recuperaron el color del amor y ahora podían ver tan cerca, lo que siempre soñaron.
La perseverancia tuvo su particular relevancia.
Ya no había nubes, ni en el cielo, ni en la mente.
El cerebro se hacía lugar para encontrarse con el corazón.
Y todo el entorno le fue dando la justa tonalidad a tu sintonía con la vida.
MARIANO SANTORO