La soledad ha sido dura por momentos, pero era necesario pasar por ese desierto emocional.
De no buscar algo en especial, pude encontrarme conmigo.
Comencé a dialogar; me presenté y fui contando de mi vida.
Me abrí como nunca antes.
Me pude hacer amigo a través de la confianza en cada conversación.
Sentí que el pecho se inflaba, que se iluminaba.
La divinidad se hizo presente y me fue mostrando algunos caminos.
Diferentes opciones en las que yo era el único con poder de decisión.
Y llegaron algunos bienvenidos errores, ya que han sido los mejores maestros.
El orgullo se desvaneció y dejó paso a la humildad.
Exterioricé todo lo que pude, porque primero fui un gran viajante de mi ser.
Hoy disfruto de mi compañía.
Hoy siento que tengo mucho para dar y las puertas están abiertas.
Sé de esperanza y sé de relojes; sé de caricias y conozco lo que significa extrañar.
La ansiedad no tiene permitido entrar y otras cosas también las mantengo distante.
Me fascina la capacidad de sorprenderme.
Se abren ventanas donde alguna vez hubo paredes.
Y el corazón aprendió a latir por otra persona.
La luz en mí, brilla y tiene mucho por hacer en el camino que empiezo a transitar.
MARIANO SANTORO